Prólogo:
Antes de convertirse en frontera, los ríos tienen dos orillas y las gentes construyen barcas o puentes para conocerse, para intercambiarse, para humanizarse. ¿Por qué, entonces, en unos kilómetros esa agua se convierte en intocable, en peligrosa, en prohibida? Lo mismo se puede decir de los trechos de frontera seca. ¿Por qué? Porque a alguien le conviene. ¿Le conviene al campesino, al pescador, al tendero, al buhonero, al obrero, al jornalero? No, le conviene al que vive del sudor ajeno, al que cría almorranas en un escaño parlamentario o haciendo cálculos con máquinas informáticas sobre cómo beneficiarse de las diferencias legales de un metro a otro metro de la línea que han llamado frontera, una raya que en realidad nadie ha visto nunca.
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